Vincent.
Viernes en la noche.
Estaba en la sala revisando mi móvil. La verdad era que intentaba engañar al tiempo. Desde que esa pequeña bacteria irrumpió en mi casa, los segundos parecían correr en direcciones distintas, y eso me desagradaba mucho.
Un sonido en particular interrumpió mi fingida concentración: el eco de unos tacones sobre el piso de mármol. Levanté la vista, con desgano. No quería hacerlo… pero lo hice.
Lo primero que noté fueron los tacones altos, rojos. Ya no parecía un cervatillo torpe; había inseguridad en sus pasos, sí, pero también una decisión que antes no había visto. El vestido rojo, ceñido a su figura, un escote discreto, pero lo suficiente para llamar la atención. Un error de cálculo. No en la tela, ni en el corte. El error estaba en mis ojos.
Su cabello rubio caía como una cascada sobre sus hombros. El maquillaje resaltaba la intensidad de sus ojos verdes, y hasta esas malditas pecas que tanto despreciaba… parecían... Sacudí la cabeza, molesto conmig