Capítulo 4

CONTRATO CON EL ARROGANTE CEO.

Capítulo 4.

Edmundo asintió sin inmutarse.

—Exactamente. Puedes seguir con tu vida como hasta ahora… y luego ver cómo todo lo que has trabajado desaparece. O puedes considerar tus opciones y encontrar una manera de cumplir la cláusula.

En ese momento sentí una jaula invisible a mi alrededor y mi abuelo movía los hilos al otro lado del tiempo.

—Él siempre supo jugar con ventaja —mascullé.

Y luego pensé: Pero esta vez no ganará su maldito juego. No pienso dejarme manipular. Yo no juego a perder, eso lo aprendí hace mucho. Ya buscaré la manera de ganar esta partida.

Entendí que el tiempo empezaría a jugar en mi contra. La idea de abrir mi vida personal a los ojos del mundo me llenaba de terror, en lo más profundo de mi ser, una pregunta me atormentaba: ¿quién sería la mujer que podría encajar en esa imagen? La respuesta era clara, no existía. Ni en mi mundo ni en ninguno.

Salí de la mansión sin decir una palabra más. Ignorando por completo los demás problemas que tenía; esa cosa.

El aire fresco de la mañana no hizo nada para calmar la frustración que tenía. Con un movimiento rápido abrí el garaje, mis ojos se detuvieron sobre uno de mis autos favoritos, un Aston Martin negro que parecía el reflejo de mi estado de ánimo. Encendí el motor, el rugido me dio una sensación momentánea de control. Necesitaba distraerme. La oficina en el casino sería el lugar perfecto para eso, donde los negocios siempre me ayudaban a enfocar mi mente. Sin perder tiempo, tomé el volante y me dirigí a Beverly Hills, al corazón de mi imperio.

El tráfico no me afectó. Tenía los pensamientos demasiado ocupados en esa condena que me dejaron disfrazada de legado. Habían pasado solo tres años desde su muerte y aún seguían saliendo sorpresas. Necesitaba llegar a mi punto de control, la oficina.

Mi oficina estaba ubicada en uno de mis casinos de lujo en el corazón de Beverly Hills, en la famosa Sunset Boulevard. Ese casino, un ícono de la industria del entretenimiento, se elevaba con su arquitectura moderna y elegante, ofreciendo una experiencia de alto nivel tanto para jugadores casuales como profesionales. El edificio no solo era un destino para quienes buscaban emoción en el juego, sino también para aquellos que deseaban una experiencia completa con espectáculos en vivo, restaurantes gourmet y suites privadas. El logo de Sinclair Luxe Gaming se alzaba en la cima del edificio, en un elegante tono dorado. Tenía un sutil brillo neón que resaltaba el nombre atrayendo la atención desde lejos. En el final tenía una corona con diamantes.

Mi oficina estaba en el último piso, con enormes ventanales que ofrecían una vista panorámica de Los Ángeles, combinando elegancia y tecnología de último nivel. Acabados en madera oscura, sillones de cuero. Mi escritorio de cristal estaba en el centro, desde donde controlaba todas las operaciones de mi imperio; una red de casinos exclusivos y salones de juego de lujo.

Mi imperio no solo se enfocaba en apuestas, sino que ofrecía una experiencia de lujo, atrayendo a la élite, celebridades y jugadores de alto perfil. Construí mi éxito en esa industria lidiando con el legado que dejó mi abuelo, con ello las críticas que enfrentaba por las repercusiones sociales del negocio.

Me sumergí en todo aquello que me apasionaba, olvidándome por completo de la realidad. En el ruido de los dados y el tintineo de las fichas. No había satisfacción más grande que ganar, especialmente contra clientes exclusivos que esperaban competir a mi nivel. Por algo me decían “el intocable” ese fue el apodo que recibí porque reflejaba mi naturaleza fría y calculadora, alguien que no permite que las emociones o el fracaso lo alcancen, era una figura respetada por los que me conocían en la industria. Siempre había tenido una gran habilidad de dominar el juego sin importar mi oponente. Solo existía una piedra en mi zapato, una persona de la competencia que ni siquiera valía la pena mencionar.

Con cada trago de mi whisky favorito, la presión y la frustración se desvanecían. El día transcurría aparentemente normal.

perdí la cuenta de las copas que había consumido. Luego recordé el pequeño e insignificante detalle que había dejado en casa. No tuve más remedio que regresar.

Fui directo a su habitación como lo imaginé ahí seguía. Eran casi las tres de la tarde. Abrí la puerta de golpe haciéndola sobresaltar. La miré con arrogancia.

—¿No has salido de esta habitación?

—Su señoría usted me ordenó que me quedara aquí.

Resoplé con frustración. Entonces recordé, desde la noche anterior no había comido nada.

—No puedo creer que exista alguien tan estupido. ¿Es que no te da hambre? ¿O es que no comes? —exclamé apretando la mandíbula con fuerza.

Agachó la cabeza.

—No es la primera vez que tengo que quedarme sin comer.

Me irritaba demasiado y el alcohol en mi sistema no me ayudaba. Tomé su brazo con fuerza, se tensó asustada, la arrastré hacia la cocina. Al llegar, la solté con un movimiento brusco, ella se quedó ahí mirándome con sorpresa, miedo y sumisión.

—Aquí es dónde vas a aprender cómo funciona cada cosa —dije señalando el horno, la estufa y el refrigerador.

Mientras le explicaba, noté su mirada llena de confusión. Me irritaba su falta de reacción, parecía una maldita marioneta. La arrastré hacia la estufa, una pieza de última tecnología.

—Mira, aquí —dije, señalando la pantalla táctil—. Para encenderla, primero debes asegurarte de que el suministro de gas esté abierto. Luego, presiona este botón. Verás que se ilumina en verde.

Ella asintió, miró mis manos por primera vez con temor.

—Ahora, selecciona la temperatura adecuada —continué, impaciente—. Es simple. Necesitas familiarizarte con esto, porque necesito que empieces a trabajar.

La observé mientras su expresión se transformaba en confusión y eso sólo aumentó mi frustración. La tecnología era avanzada, pero no podía ser tan difícil de entender. No podía ser tan estúpida.

La llevé hasta la encimera de mármol, donde había una serie de cuchillos afilados esperando.

—Y aquí están los cuchillos —dije, levantando uno con desprecio—. No son solo para cortar, son herramientas. Imagino que sabes como usarlos.

Me giré hacia la nevera de última generación, su puerta de vidrio dejaba ver una despensa organizada.

—Esto es lo que necesitamos —continué—. Elige lo que quieras. Pero no quiero ver ninguna comida congelada. Así que asegúrate de que sea fresco.

La presioné hacia los estantes, donde hierbas y especias estaban perfectamente alineadas.

—Cada ingrediente cuenta. El sabor es lo que importa y aquí se espera excelencia. Ahora, ¿te vas a poner a trabajar o seguirás esperando a que alguien lo haga por ti? ¿Entendiste o tengo que volver a explicarte? Ah, una última cosa, cuando termines asegúrate de dejar cada cosa en su lugar.

Ella miraba todo a su alrededor, parecía nerviosa, incluso asustada. Me crucé de brazos esperando que diera un paso adelante. Pero ella se quedó paralizada.

—Vamos, Denayt, no tengo todo el día. No puedes quedarte ahí mirando como si fueras un maldito ciervo atrapado en las luces de un coche. Hazlo.

Ella dio un paso, mientras miraba el panel táctil le empezaron a temblar las manos.

—No es tan complicado. Solo presiona el botón de encendido y gira la maldita perilla —grité— ¿Acaso no sabes hacer eso? ¿Hay algo que sí sepas hacer?

Ella tragó saliva, por primera vez sus ojos cambiaron, se pusieron opacos.

—Si no puedes encender la estufa, ¿qué vas a hacer cuando te pida algo más difícil? ¡Vamos! ¡Hazlo!

La volví a sujetar con fuerza del brazo arrastrándola hasta la estufa.

—¡Mira esto! —grité, señalando el panel de control brillante—. No me hagas perder mi valioso tiempo, ¡eres tú quien no sirve para nada!

El pánico se reflejó en su rostro mientras intentaba comprender lo que le decía.

—Solo presiona este botón y gira la perilla —continué, con un tono arrogante y grosero aumentando la presión en su brazo—. ¿Es tan difícil? ¿O es que realmente eres tan inútil como parece?

Continuará…

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