Las luces tenues del despacho privado de Albert Brown apenas iluminaban la habitación. No era la oficina lujosa de siempre, sino un lugar más sobrio, discreto, en la zona antigua de Madrid. Aquel espacio lo había reservado por semanas, desde que decidió actuar. Un lugar lejos de cámaras, lejos de Helena, lejos del apellido Brown… al menos por unas horas.
Frente a él, Emily, con una libreta llena de anotaciones, y Valeria, con el ceño fruncido mientras devoraba un croissant como si estuviera en una misión de guerra.
—¿Y qué vamos a hacer con la bruja? —preguntó Valeria, sin rodeos—. Porque ahora mismo tiene las redes sociales, los medios y hasta a Wikipedia de su lado.
Emily le lanzó una mirada de advertencia. Albert se mantenía serio, con las manos entrelazadas sobre la mesa. Su rostro mostraba más cansancio que nunca, pero sus ojos brillaban con determinación.
—Lo primero es proteger a los niños —dijo él—. A Ariadne, Leo y Alexander. Si Helena logra que esa foto siga circulando, si