Emily no pudo contener más las lágrimas.
Se escondió en el baño del apartamento, con el teléfono entre las manos temblorosas, mientras las palabras de Albert todavía resonaban en su cabeza:
“Helena dijo que está embarazada.”
Sabía que él lo negaba. Sabía que él le había prometido que no había pasado nada. Pero no era solo la noticia. Era todo.
Los titulares. Los regalos que seguían llegando a su nombre. Las miradas en la calle. El odio en las redes. Los comentarios en la oficina, incluso de personas que nunca le habían dirigido la palabra.
Y ahora… ¿un bebé?
Un golpe más. Uno del que sentía que no podría levantarse.
Valeria la abrazó esa noche como si se le fuera la vida en ello.
—No puedes seguir así, Emily —susurró—. Estás dejando que te destruyan poco a poco.
—¿Y qué se supone que haga? —Emily lloraba con el rostro hundido en una almohada—. ¿Desaparezco? ¿Renuncio a todo lo que siento por él?
—Tal vez no desaparezcas. Pero tal vez… puedes alejarte por un tiempo.
Emily la miró.
—¿Có