Helena se había convertido en un tipo de amenaza nueva.
No era explosiva. No era directa.
Era pasivo-agresiva con maestría, como una diseñadora de guerra emocional en alta costura.
Y Emily, que al principio intentó hacer como que no la veía, ya no tenía fuerzas para seguir fingiendo.
Aquella mañana, encontró una nota encima de su taza de café:
“Recuerda que los jefes admiran la eficiencia, no el coqueteo.
¡Ánimo en tu rol de asistente!”
Emily sonrió sin sonreír, tomó la nota con delicadeza, y la colocó justo frente al teclado de Albert.
Al dorso escribió:
“Gracias por preocuparse, pero el único rol que desempeño aquí es profesional. Aunque admito que mis pestañas trabajan horas extras.”
No pasó media hora cuando otra apareció, esta vez sobre la copiadora:
“Un buen vestuario no reemplaza la ética laboral.”
Emily respondió escribiendo, en un post-it rosa fosforescente:
“Exacto. Por eso nunca uso vestidos de dos tallas menos para impresionar.”
Albert notó el intercambio a la hora del alm