El lobby del hotel era un espectáculo de mármol brillante, flores tropicales perfectamente arregladas y recepcionistas que sonreían con una cortesía medida. Emily bajaba sola, con su carpeta en mano y la vista fija en su celular, revisando la agenda del día y tratando de no tropezarse con las alfombras demasiado mullidas que le recordaban su falta de experiencia en hoteles de lujo.
—¿Thompson? ¿Emily Thompson?
Emily se detuvo en seco.
Esa voz…
Levantó la mirada lentamente y parpadeó varias veces. Frente a ella, con una sonrisa de oreja a oreja, una camisa floreada desabotonada más de lo necesario y una vibra de “vivo en piloto automático feliz”, estaba Lucas Santiago.
—¡Lucas! —exclamó, entre risas—. ¿¡Lucas Santiago!?
Él abrió los brazos y sin pedir permiso la envolvió en un abrazo apretado, de esos que solo los amigos de toda la vida saben dar.
—¡Dios mío! ¡Estás igualita! Bueno, no… estás mejor. Pero con cara de que estás bajo mucho estrés.
—Y tú con la misma energía de siempre —di