A la mañana siguiente, Emily se aseguró de llegar temprano. No por ser puntual, sino porque aún tenía la espinita de que su informe fuera saboteado por una Barbie versión hacker.
—Hoy no me sabotea ni el gato con gafas, ni la prometida con tacones asesinos —murmuró mientras colocaba una nueva nota en su escritorio que decía: “Prohibido sabotear a la jefa del caos.” Estaba tan concentrada ajustando los datos del nuevo informe que no notó que Albert estaba justo detrás de ella. —¿Dónde está el borrador del reporte que le pedí sobre la proyección a seis meses? Emily pegó un salto. Literal. —¡Rayos! ¿Le enseñan en la universidad de CEOs cómo asustar asistentes o lo trae de nacimiento? Albert alzó una ceja. —Thompson… —Sí, sí, lo tengo. Ya lo envío —dijo, buscando rápido el archivo. Lo había guardado, claro que sí… solo que… ¿dónde? Abrió cinco carpetas. Nada. Siete más. Solo imágenes de Hello Kitty y memes de café. Albert cruzó los brazos, impaciente. —¿O estoy viendo una nueva técnica de organización? —No, no. Solo… me organizo a mi manera. —No tengo tiempo para sus métodos, señorita Thompson. Y ahí, frente a dos directores regionales, dos analistas financieros y su ego en traje a medida, Albert la regañó en público. —La próxima vez, tenga listo el informe antes de jugar con la decoración de su escritorio. Esto no es un jardín infantil El silencio fue absoluto. Emily lo miró y sonrió. Y contra toda lógica de autopreservación… contestó: —Entendido, señor Brown. La próxima vez evitaré priorizar el arte y me limitaré a sobrevivir con los colores corporativos, las almas grises y el temor constante a recibir comentarios motivacionales de alguien que sonríe menos que el Grinch. Uno de los analistas tosió disimuladamente para esconder una risa. Albert la miró como si intentara decidir entre despedirla… o aplaudirla. —Quiero ese informe en veinte minutos —dijo, dando media vuelta. Emily lo vio alejarse, y no pudo evitar decir en voz baja: —¡Ya veo por qué no le duran las asistentes! Él no respondió, pero apretó el paso. Algunas horas después, Emily estaba en modo zen después del caos matutino. Había logrado terminar el informe, enviarlo y además colocar un gif de oso panda bailando en la firma del correo (solo como terapia emocional). —No fue mi mejor momento, pero tampoco el peor —dijo en voz baja mientras bebía café. Entonces apareció Helena. Perfecta como siempre. Con un conjunto blanco impoluto que parecía imposible de usar sin ensuciarse con solo existir. —Emily —saludó con voz suave y sonrisa calibrada. —Hola, Helena. Qué sorpresa. No sabíamos que hoy… —iba a arrastrarte otra vez por aquí como el espectro de Harley Quinn—. Vinieras. —Albert me invitó a almorzar. Es bueno tener una rutina, ¿no te parece? Emily sonrió con todos los dientes, como si no hubiera sentido una puñalada elegante. —Claro, y nada dice rutina como sushi y silencio incómodo. Helena observó su escritorio y se detuvo en la taza de “Jefa del Caos”. —Aún decorando a tu manera. Qué… personal. —Me gusta recordar que tengo una personalidad. Las paredes no colaboran mucho. —Yo creo que Albert necesita orden, no caos. Aunque claro, a veces, el caos es entretenido por un rato.. ¡Ouch! —Hasta que nos damos cuenta que el caos crea un impacto duradero y jovial aunque entiendo que no es para todo el mundo. Ambas sonrieron. Ninguna de forma sincera. Esa noche, Emily entró como un tornado al apartamento. Valeria estaba en la cocina sacando una pizza congelada. —Necesito alcohol, un megáfono y una terapia psicológica gratuita. —Solo tengo vino barato, tu voz ya es un megáfono, y para terapia… aquí estoy, dispara. —dijo Valeria. Emily se lanzó al sofá con un suspiro dramático. —Me gritó frente a toda la sala. Me regañó por no tener un archivo listo. ¡Y lo tenía! Solo… estaba escondido bajo un gif. Valeria levantó una ceja. —¿Un gif? —Un panda. Largo de explicar. —Emily… —¡Y luego apareció la señorita “Prometida de porcelana”! Perfecta, blanca, brillante… como una nevera de lujo. —¿Y qué te dijo? —Insinuó que soy una distracción, que el caos se acaba, y que probablemente no dure. Aunque no usó esas palabras. Lo dijo con los ojos. Valeria se cruzó de brazos. —¿Y tú qué hiciste? —Nada… le hable con diplomacia. Nivel experto. Muy profesional. —¡Claro! Claro! Em, esa química con tu jefe… es una alarma. —¿Una alarma? —Sí. De esas que suenan como ambulancia cuando uno hace algo estúpidamente arriesgado. Estás coqueteando con un jefe mandón, exigente y comprometido. ¿Tú entiendes eso? Emily se sirvió una copa. —Yo No estoy coqueteando con él. Si apenas lo soporto. Pero es divertido verlo poner ajitos y respirar hacer respiraciones profundas. ¿y si la alarma suena es porque justo es ahí donde está lo emocionante? Valeria la miró seria. —O donde empieza el desastre. Emily levantó su copa. —Entonces brindemos por el Emily decidió que, al día siguiente, lo mejor era ignorar a Albert por completo. Nada de sarcasmos. Nada de sonrisas. Cero contacto visual. Una estrategia de “evasión total”. Pero Albert no cooperó. —Thompson, venga a mi oficina. Ahora. Emily se apareció con su tablet, lista para enfrentar la catástrofe. Lo encontró revisando su escritorio, con expresión severa. —Recibí el informe de anoche. —¿Y…? —Está bien redactado. A pesar del tono ligeramente… irreverente. Emily se encogió de hombros. —Eso se llama personalidad. O falta de filtros. Aún lo estamos investigando. Albert se levantó de su asiento. —Necesito que me acompañe a la sala de juntas. Quiero que tome nota de lo que discutamos con los accionistas. —¿Yo? ¿En la misma sala que los millonarios sin alma? —¿Tiene miedo? —No. Pero me gusta dejar mis sarcasmos en casa cuando estoy en presencia de gente importante. ¡Solo tengo un sarcasmo por día y ya lo gasté en usted! Albert la miró sin expresión… pero al salir, pareció estar reprimiendo una sonrisa. Emily lo siguió, rodando los ojos. Después de la reunión… Mientras Emily escribía notas en su libreta con dibujos de corazones (para molestar), Albert se le acercó. —Por cierto. Helena preguntó por ti. —¿Por mí? ¿La princesa de hielo se interesa por los plebeyos? —Dijo que deberías elegir entre el rosa y la eficiencia. Emily levantó la mirada con lentitud. —Y yo creo que se puede ser eficiente en fucsia. ¿No cree, jefe? Albert no respondió, pero la forma en que la miró fue diferente. Como si estuviera descubriendo algo nuevo y refrescante que nunca antes había tenido.