El lugar era un infierno de ruido y calor. Las calderas rugían como bestias.
La empujaron contra una mesa de trabajo manchada de aceite.
—Vas a pagar el precio completo, Esclava —susurró La Reina al oído de Valentina—. El general Ferrán me ha enviado un mensaje. Quiere verte destrozada. Y yo... yo tengo que recuperar mi dignidad marcándote como el ganado que eres.
La Reina abrió una caja de herramientas oxidada.
No sacó un cuchillo.
Sacó un rollo de alambre de púas, viejo, oxidado y cruel.
—No voy a cortarte el cuello —dijo La Reina, desenrollando una sección—. Voy a envolverte en esto. Voy a apretarlo hasta que cada púa se hunda en tu piel bonita. Y luego te dejaré aquí, en el calor, para que la infección termine el trabajo lentamente.
Valentina sintió que el terror volvía a tomar el control, un pánico frío que amenazaba con paralizarla. La Cobra le había enseñado a luchar, a golpear puntos vitales, pero ¿cómo se lucha contra la tortura pura? ¿Cómo se lucha cuando estás superada seis