—Dígale a su jefe que esto no es para él. Esto es para mí —dijo Valentina con voz rasposa, sin inmutarse ante la presencia impecable del abogado—. ¿Qué pasó con la fianza?
—Denegada, por supuesto —respondió Galiano con naturalidad, cerrando su maletín—. La caída de Beatriz fue demasiado pública y gráfica. Y la familia Ferrán, a pesar de estar distraída con el escándalo financiero de su hijo Adrián, está presionando a la fiscalía con todo su peso político para que usted se pudra aquí dentro. No quieren un juicio; quieren una condena ejemplar.
—¿Y Nicolás? —preguntó ella, buscando una grieta en la armadura—. ¿No va a pagar para que me saquen? ¿O me va a dejar aquí como cebo para siempre?
Galiano se inclinó, bajando la voz.
—El señor Valente le enviará un mensaje cuando sea el momento. Por ahora, él cree que usted está más segura aquí, creando su propio reino, que afuera siendo un blanco móvil.
Galiano deslizó una foto pequeña sobre la mesa, boca abajo.
Valentina la volteó. Era una image