El cerrojo de la celda 402 chasqueó con un sonido metálico definitivo, encerrando a Valentina en la penumbra junto a su nueva realidad. Regresaba de la visita al patio con la adrenalina de la misión bombeando en sus sienes, pero el terror de la instrucción de la jardinera pesaba más que las cadenas: dominar El Muro.
Valentina se quedó de pie junto a la puerta, sintiendo una mirada clavada en su nuca.
Su compañera de celda, Isa, estaba sentada en la litera inferior. Era una mujer alta, de hombros anchos y piel curtida, marcada por una red de cicatrices plateadas que contaban la historia de mil peleas callejeras. Isa era veterana, una depredadora que había sobrevivido devorando a las débiles.
—¿Crees que por ser la "Esclava Asesina" eres especial? —preguntó Isa. Su voz era grave, rasposa por el tabaco de contrabando. Se puso de pie lentamente, llenando el espacio reducido de la celda—. He visto a princesitas como tú llegar llorando y salir en una bolsa negra. Aquí solo hay una regla: la