Capítulo 24: El gatillo de los celos

El silencio volvió a apoderarse del pequeño box en el establo, pero ya no era un silencio vacío. Estaba cargado de la electricidad estática de dos cuerpos que acababan de colisionar. El olor a paja y humedad se mezclaba ahora con el aroma inconfundible del sexo y el sudor.

Nicolás se puso de pie, sacudiéndose briznas de heno de su ropa de diseñador, ahora arruinada. Su respiración ya se había regularizado, y con ella, su máscara de frialdad comenzaba a descender de nuevo. Se subió el cierre del pantalón con movimientos precisos, metódicos, mientras sus ojos oscuros no se apartaban de Valentina.

Ella yacía sobre la paja, con la ropa desordenada y el pecho subiendo y bajando con rapidez. Parecía rota y hermosa a la vez, una contradicción que a Nicolás le revolvía las entrañas.

Él se inclinó sobre ella, pero no para acariciarla. Su voz, ronca y grave, cortó el aire como una navaja.

—Te prohíbo que veas a ese hombre nuevamente —sentenció. No era una petición; era un decreto imperial.

Vale
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