Valentina lo miraba con tristeza profunda en su mirada. Apreciaba la lealtad de Fernando, su deseo de protegerla como lo había hecho su padre, pero él no entendía la magnitud del juego.
—Sabes bien que no voy a salir de esa casa hasta que logre conseguir más pruebas —dijo ella con firmeza, negando con la cabeza—. Lo que escuché hoy es valioso, sí. Sé que Ferrán y su socio mataron a mi padre. Sé que Nicolás es un "enemigo" para ellos. Pero...
—¡Pero eso es suficiente! —interrumpió Fernando.
—No, no lo es —replicó Valentina—. Esa conversación que escuché no me ayudará mucho ante un tribunal militar. Sería mi palabra contra la de un general condecorado y su hija millonaria. Dirían que soy una empleada resentida, una loca. Me encerrarían o me matarían antes de que pudiera testificar.
Valentina apretó la taza vacía entre sus manos.
—Tengo que encontrar más pruebas físicas. Documentos firmados, grabaciones, transacciones bancarias que los vinculen directamente con el atentado. Algo que los