El sonido del motor del deportivo negro ronroneó en la entrada de la mansión. Nicolás, impecable en un traje oscuro sin corbata, ajustaba sus gemelos mientras bajaba las escaleras. Marcos lo esperaba junto a la puerta del conductor, revisando algo en su teléfono con expresión seria.
Beatriz apareció en el vestíbulo, envuelta en una bata de seda que insinuaba más de lo que cubría. Su sonrisa era perfecta, ensayada, pero sus ojos delataban la ansiedad de quien siente que pierde el control.
—¿Vas a salir, querido? —preguntó, deslizando una mano por la solapa del saco de Nicolás—. Pensé que podríamos cenar juntos. He pedido que preparen tu vino favorito.
Nicolás detuvo su mano con suavidad, pero con firmeza, retirándola de su pecho.
—Tengo asuntos que tratar en el club con Marcos —respondió con esa frialdad educada que a ella le dolía más que un grito—. No me esperes despierta.
—¿El club? —Beatriz frunció el ceño, dejando escapar un destello de celos—. ¿Es necesario ir hoy? Tenemos una se