5

Connor frenó el auto de golpe.

La histeria empezó a consumirlo de forma rápida, abrió la puerta de conductor y corrió hacia ella, que luchaba por colocarse de pie.

—¡No, aléjate!

—¡¿Acaso estás loca?!

—Estoy bien, llegaré a casa.

—Hay que llevarte a un hospital.

—¡No te me acerques, Connor!

Otra daga a su corazón, ella nunca lo llamaba por su primer nombre, casi nunca. Solo cuando estaba enojada, solo cuando lo odiaba.

—Por favor, déjame llevarte a un doctor. Te heriste mucho.

—No. —Barbara se colocó de pie—. Estoy bien. Puedo caminar, puedo llegar.

Connor gruñó, ella siempre había tenido el poder de sacarlo de quicio. Aquella era una de las pocas cosas que no habían cambiado, después nada parecía ser lo mismo. Ella no parecía ser la misma.

—Déjame ayudarte, ¿por qué eres tan testaruda?

—¡Porque no quiero volver a tenerte en mi vida! —estalló ella—. ¡No quiero que esto vuelva a repetirse!

Él sostuvo aquellas suaves y pequeñas manos, obligándolas a quedarse quietas aunque la dueña no quería ser sostenida por él.

—No tiene que ser igual.

—¿Te estás escuchando a ti mismo, Connor Anderson? Mi reputación está muerta. No me darán trabajo en ningún sitio, nunca podré salir sin ser ridiculizada por robarme un dinero que no me robé. Lo único que me importa ahora mismo es mi padre, y lo que menos quiero es que él salga afectado de alguna manera.

Connor tragó saliva pensando en lo que le había dicho a la reportera. Se arrepentía profundamente. No entendía el daño que le haría aquello a Barbara hasta aquel momento.

—No tienes que trabajar, yo te daré dinero.

—Si me acuesto contigo —Barbara río de manera sarcástica—. No soy tu zorra. Connor Anderson, me rehúso a entregarme a ti.

Dicho esto, ella caminó lejos de él.

Su piel herida rompió el corazón de Connor, quiso ir detrás de ella, pero sabía que se había humillado demasiado ya.

Barbara le había dejado claro que no quería nada con él, sin embargo, él no podía simplemente rendirse.

Nada era imposible para un magnate. Aunque sería difícil conquistar a una mujer con un corazón roto por el dolor. Debía de mandar a cancelar aquel falso reporte que le había dado a aquella reportera antes de que ella lo hiciera público. Se había dejado llevar por la furia, no había pensado en nadie más que él mismo.

«Por eso ella te dejó» pensó, torturándose a sí mismo.

Connor corrió hacia su carro, marcando el número de la reportera.

—Señor Anderson, es un gusto hablar con usted.

—Necesito que canceles el reporte que hice ayer.

—Lo lamento, pero…

—No, no me digas que lo lamentas. Necesito que lo canceles ahora mismo. Eso no puede llegar al oído público.

—Señor Anderson…

—¡Cancélalo, ahora mismo!

—No puedo, ya lo están reproduciendo.

—¡No! ¡Pide que lo cancelen ahora mismo! ¡No estoy bromeando, destruiré la vida de todos ustedes si no lo cancelan ahora mismo!

—Haré lo posible, señor Anderson.

—Maldición.

Connor corrió hacia la dirección de Barbara, debía de encargarse de que ella no escuchara aquella noticia falsa.

—¡Aléjate de mí!

—Barbara, debes de escucharme.

—No, Connor, por favor solo… —Las palabras de Barbara fueron interrumpidas por el sonido del teléfono sonando—. ¿Aló, papá?

«Hija mía, ¿viste las noticias?»

—No te preocupes, papá. Todo es mentira, todo se resolverá.

«Dicen que estoy implicado».

El corazón de Barbara tocó el suelo.

—¿Implicado?

—Barbara… —Connor intentó intervenir.

—No, ahora no. Papá, ¿cómo que dicen que estás involucrado?

«Dicen que yo tuve que ver con el robo. Que eres una bailarina exótica, que bailas para hombres millonarios mientras enseñabas en la escuela…»

—¿Qué? ¡Nada de eso tiene sentido!

«Dicen que una de las fuentes principales que reveló la noticia fue…»

—¡Barbara! —Connor le arrancó el teléfono—. Escúchame, por favor.

—¡Dame el teléfono!

—Señor Smith, soy Connor. Su hija lo llamará después.

—¡No te atrevas a colgarle!

Aquello fue exactamente lo que él hizo.

—Escúchame, por favor.

—Las noticias están creciendo. Están creando más falsedades. Dicen que… que mi papá tuvo que ver con el robo… mi papá… —Barbara se rompió en lágrimas—. Es solo un hombre de setenta años que necesita pastillas para mantenerse vivo… yo trabajaba honradamente para que él pueda disfrutar de sus últimos años de vida… pero ahora todo parece colapsar… y el culpable parece ser de un fantasma.

Connor tragó la culpa que tenía acumulada en su garganta.

Había ido demasiado lejos al implicar a su padre.

—Por favor, déjame llevarte a casa.

Barbara limpió el rio de lágrimas que caían como cataratas por sus ojos, negando.

—No —susurró, adolorida—. Prefiero caminar.

—Barbara, te pueden robar.

—No le puedes quitar nada a quien nada tiene, Connor.

Ella le quitó el teléfono y se alejó a paso lento.

Él tragó saliva, viéndola alejarse.

¿Lo había llevado su egoísmo a destruir la vida de única mujer que amaba en realidad?

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