Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 6: El bufé de los modales rotos
La mañana llegó como una bofetada fría. Sofía despertó en la cama, la boca todavía con sabor a frambuesa y vergüenza. La puerta estaba cerrada con llave desde afuera, como Viktor había prometido. El castigo empezó antes de que el sol saliera del todo. Un golpe seco en la puerta. La empleada mayor entró con una bandeja: solo agua y una manzana. Nada más. —El señor dice que las gorditas que roban tarta no desayunan —dijo la mujer sin mirarla, dejando la bandeja y saliendo rápido. Sofía se quedó mirando la manzana, el estómago rugiendo. Lágrimas de rabia picaron, pero no lloró. No le daría el gusto. Horas después, la puerta se abrió de golpe. Viktor entró fresco, afeitado, oliendo a colonia cara. Llevaba una caja grande en las manos. —Levántate —ordenó—. Tu castigo de anoche termina… con esto. Abrió la caja. Dentro, un vestido rojo sangre, ajustadísimo, escotado, con tela brillante que no perdonaba nada. —Póntelo. Esta noche hay bufé privado. Los jefes de la bratvá vienen a cerrar un negocio importante. Comida, vodka, acuerdos... y tú vienes conmigo. Para que vean lo que me tocó aceptar. Sofía tomó el vestido con manos temblorosas. Era talla pequeña a propósito. Lo sabía. —No me va a quedar —susurró. Viktor sonrió cruel. —Exacto. Así aprendes a no tocar lo que no es tuyo. La dejó sola para vestirse. El vestido se pegó como una segunda piel cruel. Marcaba cada rollito lateral como si fueran gritos, apretaba la espalda cuadrada hasta doler, los muslos flácidos se rozaban más que nunca bajo la falda corta. El escote dejaba ver el comienzo de los pechos, pero también cómo la tela se hundía en los sitios equivocados. Se miró en el espejo y quiso morir: parecía un embutido rojo, ridícula, fuera de lugar. Viktor volvió, la miró de arriba abajo y soltó una carcajada genuina. —Mira eso —dijo, girándola como a una muñeca—. Pareces una salchicha envuelta en seda. Los rollitos quieren salir a saludar. Y ese culo… Dios, casi no existe, pero lo poco que hay se ve apretado como si rogara que lo azoten. Sofía bajó la mirada, roja hasta las orejas. —No puedo salir así —susurró—. Por favor… Él tomó su barbilla fuerte. —Puedes y vas a. Porque eres mi juguete de talla grande, gordita. Y esta noche todos van a verlo. El bufé era en el comedor principal de la mansión, mesas largas cargadas de comida exótica: caviar negro, carnes ahumadas, frutas tropicales, tartas importadas, vodka en ríos. Hombres con cicatrices, mujeres rusas altas y perfectas. Anastasia estaba ahí, por supuesto, en un vestido negro que le quedaba como pintado, curvas de infarto, sonrisa venenosa. Cuando Viktor entró con Sofía del brazo, las conversaciones bajaron. Ojos recorriéndola como cuchillos. El vestido rojo gritaba en el silencio. —Miren lo que traje —anunció Viktor alto, empujándola hacia las mesas—. Mi nueva adquisición. Latina, virgen hasta hace poco… y con apetito de verdad. Las risas disimuladas. Un hombre mayor se acercó, plato en mano. —¿Esto es lo que te calienta ahora, Ivanov? ¿Dónde encontraste esta… pieza que faltaba en el bufé? Viktor apretó el brazo de Sofía. —En una deuda. Me dejó a ella como pago. No es mucho, pero entretiene. Anastasia se acercó contoneándose, rozando el hombro de Viktor como en la gala anterior, besándolo cerca de la boca. —Pobrecita —dijo mirando a Sofía—. Ese vestido le queda fatal. Mira cómo le marca los rollitos. ¿No te da vergüenza estar al lado de Viktor así, latina? Pareces parte del bufé... la pieza que sobra. Sofía la miró con recelo frío, indiferencia fingida. Ya la había visto antes, besando a Viktor en la mejilla, riendo de ella. Se sintió insignificante otra vez, una más en la lista larga de mujeres que ese hombre había usado y tirado. Qué asco. Qué asco saber que un mujeriego como él, que había pasado por cuerpos perfectos como el de Anastasia, le había robado su virginidad. Que su primera vez había sido con alguien que coleccionaba mujeres como trofeos. Pero entonces... algo cambió. El olor de la comida la golpeó. Caviar, carnes jugosas, tartas como la que robó. El estómago rugió audible. Viktor la miró divertido. —Ve, come —dijo—. Total, las gorditas como tú siempre tienen hambre. Sofía se soltó de su brazo y fue directo al bufé. Agarró un plato grande, lo llenó hasta rebosar: caviar con cuchara, carne en trozos, fruta, tarta. Se sentó en una silla al centro, derrotada al principio... pero luego algo se despertó. Comió. Con la boca abierta. Masticando ruidoso, salsa en la comisura, migajas cayendo sobre el vestido rojo. Un trozo de carne colgando, lamiendo los dedos con ganas. Las conversaciones pararon. Ojos abiertos. Anastasia se atragantó con su vodka. Viktor se quedó congelado, plato en mano, cara roja de furia y desconcierto. —¿Qué m****a haces? —siseó acercándose. Sofía levantó la mirada, boca llena, crema en el lunar. —¿Cuáles modales? —dijo alto, masticando abierto—. ¿Estos? Los de barrio. Tú me trajiste aquí para humillarme, ¿no? Pues aquí tienes. Tu juguete comiendo como cerda. Otro bocado ruidoso. Salsa chorreando. Los hombres rieron incómodos. Anastasia horrorizada. Viktor la tomó del brazo fuerte, plato cayendo al suelo. —Estás avergonzándome delante de todos —gruñó bajo. Sofía sonrió con la boca sucia. —Bien. Ahora sabes cómo me siento yo. Él la arrastró a un rincón oscuro, lejos de las mesas. —Mañana vas a pagar esto caro, gordita —susurró furioso—. Te juro que vas a rogar. Pero en sus ojos... por primera vez, desconcierto real. Sofía se limpió la boca con el dorso de la mano, el corazón latiendo fuerte. Viktor aún enfadado la lleva de regreso a su habitación, la empuja dejando que caiga al suelo en un ruido sordo. —Me las vas a pagar —dijo entre diente— mientras se quitaba la correa que la desliza con furia hasta sacarla por completo. La hebilla brilla en la luz tenue de la habitación, y ahí Sofía sintió un temblor que le recorrió la columna vertebral.






