El incesante ruido del celular despertó a Rubén, que se encontraba profundamente dormido; ni siquiera abrió los ojos al principio, tanteó con las manos hasta encontrar el aparato y contestó. Apenas amanecía y él ya estaba dispuesto a matar a quien lo hubiera despertado después de lo mucho que le costó dormirse.
—¿Señor Salazar?
—¿Quién es? —gruñó, con la voz más ronca de lo normal.
—Soy Liliana, señor Salazar. Lamento molestarlo, pero usted me dijo que le avisara cuando su esposa despertara, sin importar la hora.
Eso bastó para borrarle el sueño. Rubén se incorporó de golpe, completamente alerta. El hecho de que Liliana le hablara de manera formal le envió un escalofrío por la columna vertebral, como si esa distancia profesional escondiera algo terrible.
Habían pasado poco más de dos semanas desde que Rosanna fue liberada e internada en el hospital. Para este punto, su condición era estable, sus lesiones más graves habían mejorado y ya solo le quedaban los rastros de los hematomas más