Faltaba solo un día para la fiesta cuando llegaron los vestidos para la última prueba.
Tal vez fue la primera vez que Rosanna vio a Margaret reír a carcajadas, y eso le resultó tan sorprendente que por un segundo hasta se olvidó de su propia inquietud. Todas llevaban trajes de inspiración árabe con ciertas variaciones que realzaban su belleza. Jasmine, radiante con un conjunto turquesa que Violeta le había pedido especialmente, giraba sobre sí misma agitando el tul y arrancando risas a la niña.
Violeta, por su parte, lucía un atuendo alegórico a su nombre: una verdadera joya bordada a mano, cuajada de pedrería que capturaba cada destello del sol que entraba por los ventanales. La princesa de los Salazar nunca llevaría un disfraz común, eso estaba claro. Manos expertas habían confeccionado su vestido digno de la realeza.
Margaret sorprendía en un sobrio tono malva que contrastaba con su piel descubierta y dejaba entrever una figura esbelta envidiable. Fue justo en ese momento, entre lo