Mientras era buscada por cielo, mar y tierra, Rosanna descansaba en el departamento que Kamal rentaba para casos como ese: discreto, insulso, imposible de rastrear. El lugar no era nada del otro mundo, demasiado sencillo y ordinario para su gusto. Sin embargo, no se quejaba. Se había adueñado de la cama como una reina exiliada, disfrutando con un deleite casi enfermizo de sus primeros días de libertad.
Era una sensación novedosa para ella, pues nunca tuvo realmente la opción de escoger su propio camino. Simplemente pasó del dominio de su padre al de Rubén. Esta era la primera vez en su vida que podía hacer lo que quisiera, sin los reproches venenosos de su esposo ni la incesante, fastidiosa presencia de Violeta, siempre atenta, siempre juzgando.
Kamal, por su parte, parecía tan hechizado como satisfecho. Era, en cierta forma, una especie de luna de miel para ellos dos. Se entregaban plenamente a la pasión y la lujuria, sin pensar ni medir consecuencias. Si todo salía bien, esa misma n