Rosanna llevaba una semana en la casa y apenas la conocía. La mayor parte del tiempo permanecía en la habitación, atendida con un esmero que a ratos la sorprendía por su calidez. Su reposo no era una sugerencia, era una orden que todos tomaban muy en serio.
Cada revisión de Liliana era una pequeña ceremonia a la que Jasmine no faltaba. La enfermera permanecía a su lado como una sombra, atenta y gentil. Memorizaba las recomendaciones y se aseguraba de que Rosanna las cumpliera sin esfuerzo. Por su parte, Rubén había mandado instalar un sillón mullido en el balcón que daba al jardín. Desde allí podía tomar el sol y relajarse, mientras ayudaba a Violeta en la elaboración de las pulseras que tanto la entusiasmaban.
Y en las tardes sin lluvia, ambos se acurrucaban, contemplando la preciosa puesta de sol, compartiendo besos lentos y promesas del futuro, como un par de jóvenes enamorados.
También disfrutaba las caminatas que le prescribía Liliana. Aunque debía moverse despacio, Rubén la carg