La chica era incapaz de hablar. Un nudo le apretaba la garganta y apenas conseguía respirar. Pero no dejó de sonreír en ningún momento, y sus ojos cristalinos revelaban su batalla interior. Así que Rubén le dio un ligero empujoncito a su hija para motivarla a acercarse a su madre.
—Son tus favoritas… las rosas rojas —dijo Violeta, su tono suave y vacilante—. En el jardín de la casa hay muchas, pero tú no dejas que las corten, te gusta verlas vivas…
—Violeta… mi hija… —balbuceó Rosanna con la voz entrecortada.
La niña se detuvo con los ojos muy abiertos, atrapada por el miedo de que su mamá hubiera recordado que no la quería; pero Rosanna estiró los brazos hacia ella, como pidiéndole que se acercara.
Ese gesto sorprendió a padre e hija por igual.
Violeta se giró para ver a su papá, quien asintió con la cabeza para animarla, y ella terminó de avanzar hasta la cama y le entregó el ramo.
—Son preciosas. Muchas gracias —Rosanna carraspeó, intentando controlar el temblor de su voz—. Son cas