—A veces creo que sí tienes cerebro —dijo después de una pausa. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro sin que pudiera evitarlo.
—No soy solo una cara bonita —respondió Sergio con las cejas elevadas en un gesto presumido que los hizo reír nuevamente.
La idea era una verdadera locura. Una barbaridad. Rubén apenas lidiaba con la culpa por haber permitido que su esposa sufriera, ¿y ahora planeaba aprovecharse de la situación? Impensable. Y, sin embargo, los posibles resultados eran demasiado tentadores como para ignorarlos. Después de la última discusión que tuvieron, cualquier cambio en Rosanna sería una mejora.
—¿Y Amaranta? Es su mejor amiga; ella va a querer visitarla en cuanto se entere de que ya despertó. Me llama casi a diario.
—Déjamela a mí. Yo hablo con ella —Sergio agitó la mano con desdén, como si fuera cosa de nada.
—Ya no me puedes negar que te la estás follando.
—Rubén, Amaranta lleva años atosigándome, solo quería quitármela de encima.
—Ponértela encima, más bien —r