—Hola, Rosanna. ¿Cómo te sientes? —Rubén adoptó su voz más amable y la mejor sonrisa que podía fingir.
—Ho-hola. Bien… C-creo. —La voz temblorosa casi lo hizo soltar una carcajada. Diablos. Resultaba cómico imaginar a su Rosanna comportándose así… como una colegiala asustada.
Sus lesiones habían mejorado mucho. Los hematomas en su rostro ya lucían amarillentos, las vendas en sus manos eran más pequeñas y no tenía ningún tubo conectado. Aunque seguía demacrada. Rubén dio pasos lentos hacia la cama, calculando sus movimientos. Era un hombre muy alto y corpulento, su sola presencia podría resultar intimidante.
—Me alegra. Yo soy Rubén. No sé si la doctora Méndez te habló de mí.
—Sí. Ella me dijo… Pero… pero yo… Yo no…
—Lo sé, no te preocupes. —Forzó una sonrisa, sin alterar el tono sereno—. Lo único importante es que estás bien. Pronto te recuperarás por completo, ya verás. ¿Puedo acercarme?
La chica asintió despacio, aunque su lenguaje corporal gritaba lo contrario. Se tensó en cuanto R