Él se quedó paralizado, con los ojos desorbitados y la mano aún en alto. No podía creerlo. No era la primera vez que discutían. Tampoco era la primera vez que ella decía cosas horribles sobre su hija. Pero él jamás... jamás había levantado la mano contra ella. Nunca pensó que sería capaz de algo como eso. Ni siquiera en sus peores momentos.
Rosanna también quedó paralizada. Era cierto que había buscado enfurecer a Rubén. Quería que se marchara a dormir a otra habitación, que la ignorara al día siguiente y le dejara el espacio perfecto para huir. Pero nunca pensó que él cruzaría esa línea. Su perfecto esposo no parecía ser ese tipo de hombre… Y sin embargo, lo era.
Ni siquiera se enojó por el golpe. Le dolía como el infierno, pero le servía de maravilla para sus planes. El sabor metálico no tardó en invadirle la boca. Obvio. Esa mano tan grande, tan pesada... ¿cómo no iba a romperle el labio?
No se atrevió a mirarlo. Rubén parecía una estatua rota, inmóvil, como si ni siquiera estuvier