Sintió deseos de regresar a su país. El encanto del paraíso, a pesar de seguir siendo el mismo, empezaba a perder encanto dentro de su ser. Pero no se trataba de la presencia de un mar más oscuro o de un cielo repleto de nubes negras o de experimentar unas temperaturas bajo cero; no, el lugar continuaba pareciéndose más a una isla del caribe que a las costas del oeste canadiense. Sin embargo, su espíritu estaba más cerca de sentirse en el infierno que en el paraíso. Había venido a escribir y se había encontrado con tres hermosas mujeres quienes, fuera de apartarlo de su trabajo, de ahuyentar su concentración e inspiración, habían logrado convertirlo en un personaje ineficiente. Lo más correcto hubiese sido sentarse a escribir después de haber sentido el portazo en la nariz por parte de la hermosa Aikaterina. Sin embargo, no le habían quedado ganas ni de prepararse un sánduche para almorzar; el apetito se había marchado sin avisar cuando volvería y tan solo la sed lo acompañaba. S