–Es todo tuyo –le dijo Aikaterina a su hermana mientras se despojaba de sus sandalias y cerraba la puerta de la casa.
–¿De qué estás hablando? –Aileen dejó sobre la mesa de centro de la sala el libro escrito por Pablo y miró a su gemela con el ceño apretujado.
–Del que escribió ese libro –Aikaterina señaló, mediante un leve movimiento de cabeza, el volumen de “Solo pasa en Europa”.
–¿Y ahora qué paso?
Aikaterina se sentó frente a su gemela y relató la conversación sostenida con su vecino.
–Bueno, supongo que es para bien… En el fondo, él tiene razón: si te vas a ir de aquí, de nada serviría que empezaran algo…
–Lo sé –dijo Aikaterina antes de apretar los labios.
–Bueno, entonces nuestro lindo vecino no será para ninguna de las dos –Aileen se inclinó hacia adelante y colocó los codos sobre las rodillas antes de apoyar su quijada sobre las palmas de las manos.
–Marize es mi amiga y no tengo queja alguna contra ella, pero creo que no deberías