–¿Y es que esta gente nunca trabaja? –se dijo Pablo a sí mismo después de colgar el teléfono. Acababa de hablar con la secretaria de la editorial, quien, una vez más, le había informado acerca de las ausencias del director y del dibujante. El uno seguía por fuera del país mientras, y el otro no se había acercado por la oficina en los últimos días. Con una frustración cada vez más fuerte, decidió ir hasta el pueblo, comprar algo de víveres en la tienda de Martín y si tenía suerte, lo podría invitar a tomarse una cerveza.
–Me agarras en un momento complicado, la ausencia de Tomás me ha llevado a estar aquí más tiempo del que quisiera, además de que no he logrado conseguir a un buen trabajador que me ayude, los que han venido duran uno o dos días y se van, parece que no quieren trabajar; me temo que te tendré que aceptar esa invitación en otro momento.
Pablo salió de la tienda con un par de bolsas de víveres, las guardó en el baúl de su auto anaranjado. Miró hacia un lado y