Pablo había logrado escribir algo menos de una página para cuando Aileen y Marize se presentaron en el umbral de su estudio. La belleza de las dos muchachas, sumada al efecto provocado por el sol, empezando a sumergirse en el océano y proyectando sus rayos de tono anaranjado, formaban una escena bastante atractiva, pero a su vez benefactora de su inmensa indecisión. Solo faltaba Aikaterina en aquel cuadro para hacerlo todo aún más confuso.
–¿Cómo les fue con la lectura? –la pregunta de Pablo no iba dirigida a ninguna de las dos muchachas en particular.
–No lo sé… supongo que bien –contestó Marize, aunque Pablo pudo notar en ella la ausencia de espontaneidad, la cual solía caracterizarla.
–No te puedo contar nada, solo ella puede hacerlo, pero supongo que salieron algunas cosas interesantes… –Aileen utilizó un tono diferente al usado minutos antes, cuando aún no había hecho la lectura; era más serio, inclusive algo resignado.
–Pero por sus caras y por lo que di