Hubiese sido el estado ideal, si no fuera por el cansancio físico de los tres, la herida en el pie de Aikaterina, y los raspones sufridos por la rodilla de Pablo. Se encontraban compartiendo en la acogedora sala de la vivienda de las gemelas. Tuvieron la suerte de ser recogidos por un hombre del pueblo quien, al verlos avanzar con dificultad, no dudó en detenerse e invitarlos a subir a su camioneta. De lo contrario se hubiesen visto obligados a caminar el kilómetro y medio que los separaba de la casa del faro. Para suerte de todos, el hombre se limitó a conducir sin hacer muchas preguntas y ellos se limitaron a explicarle la manera cómo la marea alta había estado a punto de ganarles la carrera cuando tomaban un paseo por el borde de la playa, teniendo que huir de las olas sin fijarse en donde pisaban, lo cual provocó sus caídas sobre la superficie rocosa. El resultado era unas ropas mojadas y las heridas en sus cuerpos. Al llegar a su destino, Pablo entró a casa, se cambió rápida