Eran cerca de las cinco de la tarde cuando Aileen despertó. La mayor parte de la tarde había servido para reponer el sueño extraviado durante la noche anterior, la cual se había destacado por las horas de desvelo, dando vueltas y más vueltas en su cama. Siempre le ocurría cuando algo extraordinario estaba sucediendo. Su mente no había podido apartarse de la imagen de Pablo. Su vecino era muy especial; su forma de comportarse lo hacía diferente a la mayoría de hombres que había conocido, tanto en Grecia como en Canadá. Durante los pocos ratos al lado de él, a través de sus conversaciones, y teniendo en cuenta lo visto tras leer algunas páginas de su libro, lo empezaba a percibir como un hombre tierno, cariñoso, e inclusive lo suficientemente caballeroso, sin llegar a caer en las exageraciones de los galanes de antaño. Aparte de todo, parecía tener un pensamiento diferente con respecto a las mujeres; no era la mentalidad característica de muchos hombres, quienes a su edad solo p