Primer latido de alarma: Luciana sigue arriba; anoche la dejé molida. Si se cruzaba con Mónica, adiós a tres años de buena conducta.
Frunció el ceño.
—Dile que no estoy…
—¡Alejandro! —Mónica irrumpió antes de que la criada pudiera frenarla.
—¡Eh! —Patricia trató de detenerla—. No la han invitado a pasar.
Mónica ignoró el reproche; ojos enrojecidos, clavó la mirada en él.
—¿Ahora también me niegas un minuto cuando realmente te necesito?
El gesto desesperado podía despertar a Luciana. Alejandro respiró hondo.
—¿Qué asunto traes?
La frialdad de su tono la hizo parpadear.
—¿Podemos sentarnos? Vengo de lejos; muero de sed.
Él vaciló dos segundos y condujo a la sala.
—Patricia, tráele agua.
—Enseguida, señor Guzmán.
Sentados, Mónica acarició el vaso y recorrió el ambiente.
—Es la primera vez que visito tu nueva casa…
—Ve al punto —la cortó él.
Ella apretó el cristal.
—Contigo siempre es igual: dices que cortar es cortar… y vaya que sabes ser cruel.
Alejandro perdió la poca paciencia. Se puso