Sin embargo, nada pasó.
En lugar de la alarma, sonó el característico ding del arranque. Luciana abrió los ojos de golpe: ¡la contraseña era su aniversario de boda!
Y no el día de la ceremonia que todo Muonio recordaba, sino la fecha en que firmaron el acta, la que casi nadie conocía.
¿De verdad Alejandro la guardaba en la memoria… y como clave de su portátil?
El corazón le retumbó en el pecho, pero no había tiempo para sentimientos. Apretó los dientes y se concentró en lo urgente.
Sus dedos volaron sobre el teclado; terminó en minutos. Luego marcó el número de Alfonso.
—¿Sí?
—Soy yo —susurró—. Todo listo de este lado. Espera el momento y actúa.
—Entendido.
Cortó, cerró la laptop y salió del estudio.
***
A la mañana siguiente
Durante el desayuno, Alejandro no paraba de bostezar; se le escapaban lágrimas de sueño. Patricia le sirvió el café y preguntó:
—¿Durmió mal, señor Guzmán?
—Al contrario —respondió, rascándose la nuca—. Caí como tronco, dormí más profundo que nunca… pero sigo cans