Que llore, pensó. Hay lágrimas que es mejor dejar salir antes de que se vuelvan veneno.
***
Noche, villa Trébol
Luciana se acercó a la puerta del despacho con un cuenco de infusión caliente y dio un par de toques suaves.
Alejandro había llegado temprano esa tarde; incluso cenó con ella y con Alba. Luego se refugió en el estudio.
—¿Trabajando? —preguntó mientras dejaba la infusión en la mesita auxiliar.
—Ajá —respondió él, alzando los ojos apenas.
—La temperatura está perfecta… —murmuró ella, soplando el vapor.
—Entonces dámela —extendió la mano—. Me la tomo de una vez.
Luciana sonrió satisfecha y le acercó el cuenco a los labios. Últimamente se había vuelto más afectuosa, y Alejandro, encantado, la dejó sostener la taza hasta apurar la última gota.
Cuando él terminó, ella exhaló aliviada.
—¡Guácala, qué amarga! —bromeó él, chasqueando la lengua.
Luciana le pasó una servilleta para limpiarle la boca.
—Vas de maravilla. En un par de días reducimos la dosis y después bastará con una dieta