Con el bochorno de la temporada, aquel chaparrón traía un ligero respiro.
Guardó todo, apagó las luces, cerró con llave y se dispuso a volver a su departamento. Al salir, abrió el paraguas y bajó los escalones, pero una voz la detuvo:
—Marti.
—¿Eh? —giró por instinto. La sorpresa se le congeló en el rostro: Vicente.
¿Qué hacía allí?
Martina frunció apenas el ceño, aunque procuró no ser hostil.
—Vicente, ¿qué estás haciendo aquí?
La pregunta sabía a obviedad, pero tenía que decirla.
Él avanzó un par de pasos. No dijo nada; se limitó a examinarla de arriba abajo con una atención incómoda.
Martina se cruzó de brazos, incómoda.
—¿Necesitas algo?
—Marti, has adelgazado… —murmuró al fin—. La cara se te afinó.
—¿Sí? —se tocó la mejilla, sonriendo con ligereza—. ¡Al fin! Siempre me quejo de tener la cara redonda…
—Siempre fuiste hermosa —la interrumpió Vicente, casi atropellado.
La sonrisa de Martina se desdibujó. Dio un paso atrás.
—Me voy, entonces…
—Marti, vine a buscarte —dijo él, los ojos