Martina alzó la vista: Salvador venía a paso firme hacia ellos. Ante el acoso de Vicente, la sangre le hirvió y le gritó:
—¡Llegaste!
—Ajá. —Un destello de sorpresa cruzó los ojos de Salvador, pero enseguida se plantó frente a ellos. Sujetó la muñeca de Vicente y pronunció cada sílaba con firmeza—: Te lo repito: suéltala. No me hagas decirlo una tercera vez; no tengo buen carácter y terminaré a los golpes.
—¿Qué…? —Vicente parpadeó, confundido; miró a Salvador y luego a Martina—. ¿Ustedes…?
Se volvió hacia ella:
—¿Vino por ti?
Martina asintió con un leve temblor.
—Sí.
El pecho de Vicente se vació de aire.
—¿Qué… qué son ustedes?
—Je. —Salvador soltó una risa seca—. Hombre y mujer; usa la imaginación.
—¡Salvador! —Martina lo interrumpió, temiendo que su lengua ácida empeorara todo, y lo jaló para ponerlo detrás de ella. Se volvió hacia Vicente—: Sea lo que sea, es asunto mío. No tienes derecho a preguntar.
No dio más explicaciones, pero Vicente tuvo un mal presentimiento.
¿Quién era Sal