Casi daban las cuatro de la tarde.
Luciana salió del quirófano y terminó de registrar el expediente del paciente. No tenía guardia esa noche, así que podía marcharse temprano.
Justo a tiempo para recoger a Alba.
Mientras se cambiaba, recibió la llamada de Alejandro.
—Estoy llegando al hospital, paso por ti —anunció él.
—¿Tan temprano hoy? —Luciana rió, sin rechazarlo—. Está bien, te espero.
—Perfecto.
Lo que no imaginaba era que Alejandro ya estaba bajo la torre de cirugía. Tomó el ascensor y, al entrar en el pasillo, se topó con Rosa, que volvía de pasar visita.
—Señor Guzmán… —Rosa se detuvo, con el corazón desbocado—. ¿Necesita algo?
En realidad quería preguntarle si venía a verla a ella.
—Sigue con tu trabajo —replicó él con un leve asentimiento, sin explicarse, y se dirigió al pasillo del personal.
—¡Señor Guzmán, espere! —Rosa, mordiéndose el labio, se adelantó un par de pasos y le cortó el paso.
—¿Sí? —Alejandro alzó una ceja, visiblemente molesto—. ¿Qué ocurre?
—¿Vino a buscar