—Ahora que la señora Guzmán está aquí —continuó el guardia, tratando de congraciarse—, no queremos entorpecer este feliz reencuentro de esposos.
“Señora Guzmán”. Aquellas dos palabras le endulzaron el ánimo a Alejandro al instante; hasta los guardias le parecieron simpáticos.
—Todo en orden. —Tomó su identificación de manos de la enfermera—. Mi esposa está cansada; me la llevo.
—Claro, que descansen —balbucearon los guardias, sudando alivio.
Alejandro enlazó los dedos con los de Luciana, sin importarle el público:
—Vámonos.
Ella no dijo nada mientras salían del módulo. Pasó primero por el quirófano para quitarse la filipina y luego subieron juntos al hotel donde se hospedaba.
Durante todo el camino Alejandro no pudo evitar el nudo en el estómago: desde que dejaron la oficina de seguridad, Luciana no le había dirigido ni una mirada, ni una palabra.
Ya en la habitación, ella dejó el bolso sobre la mesa.
—Luciana… —Él le tomó la mano—. ¿Te molestó que viniera?
—No —negó con calma. No pare