—Entonces… —Alfonso entrelazó los dedos—, ¿seguimos tirando de la cuerda?
—Por supuesto —no dudó ella—. Después de tres años de callejones sin salida, al fin tenemos algo. No pienso soltarlo.
—Muy bien. —El detective asintió; al fin y al cabo, trabajaba bajo encargo—. Seguiremos esta línea.
Luciana respiró hondo. “Y si al final resulta humo”, se dijo, “buscaré otra puerta. Hasta que salga la verdad.”
***
Aún era temprano cuando salió de la agencia. Su primera idea fue llamar a Martina para visitar juntos a Fernando, pero su celular estaba apagado. Tras dos intentos fallidos, Luciana emprendió el rumbo sola.
Fernando había abandonado la clínica de Isla Minia unos días atrás; su estado era estable: no despertaba, pero sus funciones básicas estaban bien. Cuidarlo en casa resultaba más práctico para Victoria, su madre.
En cuanto Luciana puso un pie en la residencia Domínguez, Victoria la recibió con una sonrisa emocionada.
—¡Luciana! Qué alegría verte. Pasa, pasa.
—Tía —saludó Luciana—. Vi