Ella frunció el ceño, con los ojos aún cerrados.
—Agua… agua…
—Claro. —Él sacó una botella del frigobar, la destapó, le sostuvo los hombros y la ayudó a beber.
Tras un par de tragos, Martina suspiró y abrió los párpados; estaba algo más consciente—su resistencia al alcohol siempre superó a la de Luciana.
—¿Señor Morán?
No entendía cómo había terminado en su auto.
—¿Despertaste? —Salvador cerró la botella—. Alejandro vino por Luciana. Te vi sola y me ofrecí a llevarte.
—Ah… —Comprendió; él andaba con Alejandro. Trató de incorporarse—. Ya estoy bien, puedo ir sola… —pero las fuerzas la traicionaron y se desplomó en el asiento.
—Tranquila. —Salvador soltó una ligera risa—. ¿Para qué fingir? Somos conocidos; no te voy a dejar vagando sola de madrugada. Si te pasa algo, cargaría con la culpa toda la vida.
Martina parpadeó.
«¿De veras es ese tipo de persona?», dudó. Sin embargo, desistió de aparentar entereza.
—Entonces… gracias. Vivo en…
—Lo sé. —Se inclinó sobre ella, le ajustó el cinturón