—¡Marti! —llamó Luciana, corriendo hacia su amiga.
Sentada en el coche, había observado la escena de lejos; aunque no oyó las palabras, entendió perfectamente lo ocurrido.
—¡Luciana! —Martina se derrumbó en sus brazos; los ojos se le encendieron en rojo.
—Shh, no llores —murmuró Luciana, acongojada. Al levantar la vista, fulminó al hombre que llegaba detrás—. ¡Ni un paso más!
—Luciana… —Vicente se detuvo, sin saber qué hacer—. Marti, déjenme explicarlo.
—No, Lu… por favor —sollozó Martina, negando con la cabeza.
—Tranquila, lo tengo claro —contestó Luciana, colocándose firme delante de ella—. No hay nada que explicar. ¿Acaso presume alguien de ser infiel?
Se sentía ofendida y, al mismo tiempo, sorprendida.
—Vicente, llevamos más de una década de amistad y hoy me abres los ojos. Jamás imaginé que pudieras ser tan… ruin.
¡¿Ruin?!
Vicente se quedó boquiabierto: jamás pensó oír eso de Luciana.
—Si de verdad valoras nuestra amistad, suéltala y déjala en paz.
—Marti, vámonos.
Sin volver a mi