La intensidad de su mirada quemaba; Luciana apenas la soportaba.
—¿Puedo quitármelo? —susurró.
—¿No te gusta? —frunció el ceño él.
Ella evitó esa palabra y murmuró:
—Es que… no creo que sea el momento adecuado para llevar un vestido de fiesta, ¿no?
Era casi medianoche; definitivamente, no había salón de baile a la vista.
Alejandro soltó una risita por lo bajo. De pronto la rodeó por la cintura, la giró y la tendió boca abajo sobre la cama.
Luciana se sobresaltó; antes de protestar, él ya se cernía sobre su espalda. Con una mano le sujetó el hombro y con la otra la cintura. No ejercía fuerza, pero la mantenía atrapada.
—¿Alejandro?
—Mmm… —respondió, distraído.
Luciana se tensó al sentir sus labios cálidos y secos deslizarse por su piel, encendiendo cada nervio.
Entendió que no podía huir; cerró los ojos y apretó las sábanas.
—¿Sabes? —susurró él junto a su oído—. Cuando compré este vestido pensé en lo hermosa que te verías. Y después… con mis propias manos quería…
¡Ras!
El chasquido del