Luciana se serenó un poco, pero asumió que, conociéndolo, no iba a ser tan fácil cambiar sus hábitos; le tocaría insistir mucho más.
Ella y Patricia dejaron las bolsas en la cocina. Alejandro arrugó la nariz al percibir un olor fuerte:
—¿Qué traes en esos paquetes?
—Son hierbas —explicó Luciana al salir, sacudiéndose las manos—. Justo quería comentártelo: mi plan es combinar un tratamiento con infusiones, ajustar tu dieta y, además, aplicar acupuntura. ¿Te parece bien?
Alejandro alzó las cejas:
—Tú eres la doctora, ¿por qué me lo preguntas? —soltó con aparente indiferencia—. Pero, ¿de verdad tengo que beber esos brebajes?
Recordó que, tres años atrás, había probado remedios similares y el sabor le parecía “infame”.
—Sí —afirmó Luciana sin titubear—. Tu estado es más delicado que antes; no podemos descuidarlo.
Se contuvo de preguntar cómo se había descuidado tanto en los últimos años, pero era obvio que Alejandro no se había cuidado.
Él guardó silencio un instante:
—De acuerdo.
Luego, L