Aquello tomó a Luciana por sorpresa, pero ella reaccionó con rapidez y una ligera sonrisa.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Es que a ti te gusta?
Viendo que Rosa se expresaba con tal brusquedad, Luciana tampoco planeaba mostrarse condescendiente.
Rosa frunció el ceño, dejando ver su desagrado.
—¿Podrías contestarme con claridad? “Me gusta” son dos palabras; “No me gusta”, tres. ¿Tenías que darle vueltas?
—¿Y ya te enfadaste? —soltó Luciana con una mueca divertida.
—¿Te parece gracioso? —se molestó Rosa—. ¿Te estoy resultando cómica?
—Sí, —asintió Luciana, cambiando de tono y mirándola sin tapujos—. ¿Con qué derecho me interrogas así? Aunque lo preguntes, ¿por qué razón tendría que responderte? Y, por cierto… —ladeó la cabeza—. ¿Quién te crees para cuestionarme? ¿Acaso eres la señora Guzmán?
Rosa quedó en silencio, sintiendo que le hervía la sangre.
Luciana había sido muy clara, sin sutilezas. Así que Rosa no encontró motivo para seguir disimulando.
—Sí. Yo lo quiero —confesó—. Lo quiero desde