—No, para nada —respondió Luciana, sacudiendo la cabeza con rapidez—. Claro que acepto.
Parecía tan ansiosa por sellar el trato que Alejandro se sintió complacido. Su semblante se relajó un poco, tanto que hasta los retortijones del estómago disminuyeron.
—Entonces, queda oficializado: estás contratada.
En un abrir y cerrar de ojos, Luciana ya iba sentada en la parte trasera del auto de Alejandro, con el chofer conduciendo. Sergio no los acompañó. Él había insistido en llevarla a casa y, al final, no encontró forma de negarse.
La atmósfera en el coche se le hacía un tanto incómoda. Luciana tosió levemente para romper el silencio.
Alejandro volteó a verla, ladeando la cabeza:
—¿Te sientes mal?
—No, solo tengo la garganta un poco seca —dijo ella, forzando una sonrisa y buscando una excusa.
—Ya veo —murmuró Alejandro, inclinándose para abrir el pequeño refrigerador a sus pies. Sacó una botella de agua, desenroscó la tapa y se disponía a pasársela. Pero, de pronto, recordó algo: tres años