Tomó la camisa de sus manos y primero le ayudó a meter el brazo izquierdo; luego se la acomodó con cuidado, pidiéndole que extendiera la mano derecha para pasarla por la manga.
—Tranquilo, despacio —dijo, reconociendo que había diferencias naturales entre la fuerza y el cuidado de un hombre y de una mujer.
—Listo —anunció ella al terminar. Dudó si debía preguntarle si también necesitaba ayuda con los botones, pero la mirada altiva de Alejandro dejaba claro que no haría nada por sí mismo. Así que, con discreción, empezó a abotonar la prenda de arriba abajo.
—¿Te parece bien dejar abiertas las dos de arriba? —le consultó, sin levantar mucho la voz.
—… Ajá —respondió él con un ligero gruñido.
Luciana presionó los labios para no sonreír. Al llegar al último botón, se atrevió a hablar con cuidado:
—Señor Guzmán, si consigo curar tu problema de estómago, ¿podrías ayudarme a tramitar la constancia que debo presentar en la oficina de migración… la de nuestro matrimonio?
Al terminar de decirlo,