Alejandro se sorprendió, casi sin atreverse a creerlo.
—¿De verdad? ¿No me estás engañando?
—No… —repitió Luciana, sintiendo un leve temblor en el pecho. Se esforzó por mantener la voz serena—. Pero tengo una condición.
—¿Qué condición? —respondió él sin dudar—. Pide lo que quieras. Una, cien o mil condiciones… haré lo que sea.
—Bien, recuerdas que tú lo dijiste. —Luciana inspiró hondo, con un gesto casi imperceptible—. Haré lo que planteas: declararé ante la policía justo como Nathan me indique. Pero… a cambio, quiero que firmes los papeles del divorcio. Quiero que terminemos oficialmente nuestro matrimonio.
¡Boom!
Alejandro sintió como si lo hubieran golpeado en la boca del estómago. Miró a esa mujer, tan hermosa y delicada pese a haber dado a luz recientemente, y la vio sonreírle como si nada. Pero las palabras que salieron de sus labios eran gélidas.
En Muonio había nevado sin parar los días anteriores; ahora la nieve se había convertido en hielo y el clima estaba en su punto más f