—Alex… —susurró Luciana, enroscando los brazos alrededor de su cuello. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, sus labios casi rozaban los de él. Su voz, suave como un susurro, tenía un matiz juguetón—. Si no me demuestras que hablas en serio, estoy lista para entregarme a la policía… ¿No te dolería ver cómo yo misma entro en prisión?
El corazón de Alejandro dio un brinco, como si lo hubiera picado una abeja. ¿Acaso tenía otra opción? Con un gesto decidido, la tomó de la espalda y la cintura y apretó la mandíbula.
—Está bien… lo haré.
No esperó a que Luciana reaccionara. Se inclinó y selló sus labios con un beso profundo, a la vez tierno e impetuoso.
—Mm… —ella frunció el ceño y emitió un leve quejido—. Me duele…
Él la estaba mordiendo con tanta fuerza que, cuando se separó, Luciana ya tenía los labios ligeramente hinchados.
—Vas a portarte bien, ¿sí? —preguntó Alejandro con una mezcla de amor, enfado e impotencia.
Había decidido terminar con ese matrimonio impuesto para despu