La expresión de Luciana se ensombreció y pudo verse un matiz casi enloquecido en sus ojos.
—¿Nada más? —musitó, como si no pudiera creerlo—. Pensé que, con semejante golpe, terminaría paralítica… o que al menos estaría en un estado muy grave. Pero… no fue tan grave, ¿eh?
—Luciana —repitió Alejandro, preocupado—, mientras menos heridas tenga ella, mejores son tus posibilidades… ¿Lo entiendes?
—¿Ah, sí? —Luciana se quedó callada un momento y luego soltó una risa sardónica—. ¿Ya me estás acusando, Alejandro? ¿La policía aún no me declara culpable, pero tú lo haces primero?
—¡No es eso! —soltó Alejandro de inmediato—. Estoy hablando de lo que indican las pruebas… hay muchos testigos. Solo intento ser objetivo.
—¿Objetivo? —repitió Luciana con un dejo de ironía. Luego, suavizó la voz—. Está bien… no te enojes. —Se puso seria y pronunció cada sílaba con una frialdad escalofriante—. Ve por un oficial y dile que… fui yo quien la empujó. Sí, me declaro culpable…
—¡Luciana! —Antes de que termina