Ese último argumento pareció surtir efecto. Mencionar al bebé siempre había sido su carta más fuerte, y Alejandro lo sabía.
—Está a punto de nacer —continuó él, agarrándose a esa mínima esperanza—. ¿De verdad quieres que nazca en la cárcel? ¿Quieres que crezca sabiendo que su madre estuvo tras las rejas?
La mención de ese futuro llenó de silencio la habitación. Luciana permaneció callada, meditando con el ceño fruncido. Tenía una culpa enorme en el corazón, tanta que la llevaba a considerar opciones extremas para redimirse. Sin embargo, en medio de su ira y su dolor, había olvidado un detalle muy importante: era madre.
Al ver que Luciana se serenaba poco a poco, Alejandro soltó un suspiro de alivio.
—Ya hablé con Santiago —explicó—. Mientras el abogado y yo no estemos presentes, no permitirán que te interroguen.
Observó la celda con impotencia.
—Sé que es un espacio muy limitado, pero haré que te traigan algunas cosas personales. De verdad… solo aguanta unos días. Te prometo que encont