—No, no… ¡suéltame, por favor! —suplicó Mónica. Estaba pálida y temblaba.
Simón, al darse cuenta del peligro, corrió hacia ambas para intentar separarlas.
—Luciana…
—¡Tú no te metas! —gritó ella, sin apartar los ojos de Mónica—. ¡Quiero respuestas! ¡Tú eres la culpable! ¿Verdad?
—¡No, no es verdad! ¡Estás loca, Luciana! ¡Déjame en paz! —Mónica forcejeó, desesperada por librarse.
—¡No vas a irte de aquí!
—¡Suéltame… ah… ah…!
De pronto, un grito desgarrador retumbó en la oficina. El lugar tenía un diseño de dos niveles con una escalera interna. Mónica, al retroceder, perdió el equilibrio cerca del rellano. Simón trató de sujetarla, pero solo alcanzó a agarrar un pedazo de su blusa. No pudo impedir que rodara escaleras abajo.
—¡Aaaah…! —El grito se escuchó varias veces mientras Mónica caía, hasta que se estrelló contra el piso del primer nivel, quedando inconsciente en el acto.
—¡Luciana! —exclamó Simón, consternado. Al ver a Mónica tendida, bajó corriendo la escalera y la tomó en sus bra