—¡No! —exclamó Alejandro, dando un leve respingo. De inmediato, sostuvo su mano con fuerza—. Lo que pasó, pasó. Ahora es otro momento, y no pienso darle fin. Ni ahora, ni nunca…
—Pues yo sí quiero darlo por terminado —replicó ella.
—Luciana… —Alejandro inspiró hondo, frustrado. Su pecho subía y bajaba con agitación—. ¿De verdad me vas a desechar por algo que ocurrió en mi pasado?
Tiró de ella hasta atraerla contra su pecho.
—No lo acepto.
—¿Me estás diciendo que, como ambos tuvimos historias previas, debería ser comprensiva y perdonarte? —Luciana no se resistió a ese abrazo, pero su mirada se mantenía inquebrantable—. Suena razonable, pero… aun así, no lo acepto.
—Luciana…
—No puedo. —Apoyó la mano sobre su pecho y lo empujó suavemente—. Precisamente porque ese bebé ya no está, jamás vas a olvidarla. Puedes llamarme irracional, egoísta o lo que quieras. No soporto que en tu corazón permanezca esa sombra, que aún dentro de cincuenta años recuerdes a Mónica y al hijo que perdieron.
—No…